12 ene 2010

Sobre El Inmortal

El Inmortal

Soldadera

Para el Hermoso

Autor: Jorge Luis Borges

Género: Narración

Lugar y época en que se ubica la obra: Londres, junio de 1929. El anticuario Joseph Cartaphilus de Esmirna le vende a la princesa de Lucinge los seis volúmenes de la Ilíada de Pope, pero la historia del personaje principal, Marco Flaminio Rufo dura varios siglos, inicia en un jardín de Tebas Hekatómpylus cuando Dioclesiano (284-305) era emperador y cuenta que hasta 1921 recupera la mortalidad.

Ambiente: Incertidumbre, decepción, agonía, infelicidad, confusión, indiferencia, impiedad, angustia.

Personajes:

Joseph Cartaphilus –Anticuario

Princesa de Lucinge- La que encuentra los escritos

Marco Flaminio Rufo- El inmortal.

Argos- El troglodita.

Narrador desconocido.

Palabras clave: Tiempo, vida, muerte, mortalidad e inmortalidad, la palabra.

Intención del autor: Mostrar que la inmortalidad es mucho peor que el horror que causa la muerte.

Argumento y opiniones:

Parte I.

Un narrador desconocido cuenta cómo es encontrado un manuscrito y lo presenta literal.

Marco Flaminio se lanza decididamente a la empresa de encontrar “el río secreto que purifica de la muerte”. Le advierten que “dilatar la vida de los hombres es dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes

Estas frases dejan ver tácitamente que la muerte es una impureza, es decir algo alterado, sucio, viciado, que no es bello ni perfecto. Trata a la muerte como un atributo de lo humano. Morimos porque no somos perfectos. Pero ya desde este momento se advierte que por el contrario, el hecho de no morir es una agonía, algo que se sufre y con lo que muchas otras cosas mueren, cosas subjetivas. Luego entonces se advierte que al ser humano la muerte le es necesaria para continuar siéndolo.

Parte II

Marco Flaminio encuentra la ciudad de los inmortales y bebe del río de la inmortalidad.

Marco Flaminio tiene una pesadilla y al despertar de ella está maniatado casi a punto de morir de sed, ve a lo lejos un ‘’arroyo impuro’’, ‘’un agua oscura’’ de la que bebe luego de un gran esfuerzo. Los trogloditas que están a su alrededor permanecen indiferentes a él.

Recorre la ciudad y descubre “negros laberintos”, narra lo que va sintiendo al ir caminando y explorando el lugar, mi desventura y mi ansiedad…”, “el silencio era hostil y casi perfecto”, “horriblemente me habitué a ese dudoso mundo”.

Cuando logra desembocar de los laberintos a la Ciudad de los Inmortales y la contempla dice que le era “terrible de algún modo para los ojos”, “a la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato”, un caos de palabras heterogéneas”. Pensó “esta ciudad es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz”.

Cuando salió de ella trató de olvidarla pero tenía miedo de volver a verse rodeado de esa “ciudad nefanda”.

Esta serie de adjetivos con los que describe los laberintos, la ciudad y las sensaciones que éstos le causan, creo que son una metáfora de su transición de humano a inmortal y de lo que esta palabra significa.

Tiene la intuición de que algo terrible y atroz le está pasando, algo inexplicable y caótico y lo descubre a medida que va explorando el lugar. Él todavía no lo sabe pero al adquirir la inmortalidad está perdiendo su condición de ser humano puesto que ésta es ajena a la humanidad. El presentimiento de lo interminable es irracional, incomprensible a la mente. Sufre. La inmortalidad es nefanda, es decir, es abominable, repugnante, horrorosa moralmente, lo contamina todo, incluso el tiempo.

Nunca siendo inmortal se puede ser feliz ni valiente. Ningún acto podrá ser valeroso puesto que cuando no hay nada que perder, no hay dignidad alguna en el enfrentarse a un peligro o dificultad. Cuando ya no existe la idea de lo definitivo, del último acto, el valor que es una virtud humana pierde completamente su significado y sentido. ¿Y qué es del ser humano cuando desde que nace todo durante toda su vida es un enfrentar constante, una lucha diaria para sobrevivir, una sucesión de actos de valor?, ¿qué es de él cuando ya no es necesario enfrentarse a nada porque ningún acto será el último? Jamás volverá a ser victorioso, jamás volverá a ganar, jamás volverá a luchar por nada porque ya no lo necesitará, ya no conocerá la sensación de conquista. Será la desidia, la indiferencia, la inmoralidad.

Parte III

Un troglodita sigue a Marco Flaminio y después de muchos años logra que pronuncie algunas palabras.

El troglodita que lo seguía le parecía humilde y miserable, le recuerda al perro moribundo de la Odisea y así le puso el nombre de Argos. Trata de enseñárselo, de hablar con él, lo intentó durante años a pesar de que el esfuerzo parecía inútil. Un buen día Argos habla y recuerda que ya han pasado mil años desde que inventó la Odisea.

a unos pasos de mí, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeña esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del día hasta el de la noche

Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos … Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo”.

Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real”.

En esta parte del cuento se establece una comparación entre Marco Flaminio, que “recién” se ha hecho inmortal, y Argos, una persona en la que la inmortalidad ha causado estadía y que está padeciendo todos los estragos de ella. Ya está completamente deshumanizado y distanciado de Marco por algo importantísimo: el lenguaje.

El lenguaje es un código para comunicarse y es también una manera de aprehender la realidad, en él va implícita la cultura de sus hablantes, costumbres e ideología. El troglodita ya no hacía uso del lenguaje porque vivía en el pensamiento sin percibir prácticamente el mundo físico, ajeno a su realidad. Su mundo era distinto del de Marco Flaminio porque el suyo no tenía tiempo, los días pasaban en él uno tras otro sin ningún cambio.

Uno de los efectos de la inmortalidad es el aislamiento que provoca, no sólo en cuanto a lenguaje, sino también del mundo físico, de todo lo terrenal. Reduce a la persona a un ente miserable.

Parte IV

Marco Flaminio toma conciencia de que los trogloditas son los Inmortales, de que el arroyo del que bebió era el río que buscaba. Dilucida sobre la inmortalidad. Decide buscar el río cuyas aguas devuelvan la mortalidad.

Los Inmortales juzgaron que para su condición “toda empresa es vana”, por ello decidieron “vivir en el pensamiento, en la pura especulación”. Esto debido a que nada de lo que hicieran o dejaran de hacer tendría ya la menor trascendencia. Lo único que les quedaba, el único placer al que podían entregarse era al pensamiento.

Todas las criaturas a excepción del hombre, son inmortales puesto que “ignoran la muerte”, ninguna sabe del tiempo y desde este punto de vista son eternas. El hombre, en cambio, es finito porque sabe contar sus días, porque sabe que hay un tiempo antes y después de él y porque está consciente de que morirá. Esta conciencia implica forzosamente una separatividad del hombre con respecto a todas las criaturas vivas que le rodean. Él es un animal que vive como todos los demás seres vivos compartiendo el espacio y los recursos que la Tierra le proporcionan pero infinitamente aislado de todos por ser el único con un cerebro pensante capaz de racionalizar dos hechos concretos: muerte y tiempo.

El precio de esta consciencia es sin duda altísimo. El hombre se duele y se sorprende ante la muerte, se da cuenta del declive diario de sus fuerzas, sabe que cada día se contempla morir un poco. Pero, ¿qué recibe a cambio de ese alto precio? Que esta verdad tan grande le da sentido a cada cosa que hace porque sabe que no debe por ningún motivo morir sin haber vivido. Así como tiene por cierto que un día morirá, así también tiene por cierto debe vivir bien y defender su vida. Cada acto puede ser el último, a cada momento está a punto de morir, cada instante es “azaroso” e “irrecuperable”, de ahí que el tiempo de la vida, su tiempo, sea tan valioso.

Los animales nacen, crecen, se reproducen y mueren, la conciencia adquirida del hombre hace que éste haga cosas trascendentes que lo alejan de la animalidad, como el arte y la ciencia. El hombre hace música, poesía, canta, danza, escribe, pinta, crea...piensa. Ahí está la paga.

Lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”. Tener conciencia de que se es inmortal implica entender que se ha dejado de ser humano para convertirse en una especie de divinidad. Es terrible porque es una condena a volverse un alguien sin cambios, sin fin, sin tiempo.

Los inmortales son ya todo lo que tienen que ser, en su entraña ya no existe el tiempo, son entes quietos, seres sin identidad, definitivos, que excluyen toda posibilidad de futuro y de variación. La existencia mortal, por el contrario, es y no es al mismo tiempo. Es porque ya existe, no es porque lo que se vive hoy no es lo mismo de ayer, ni será lo mismo mañana. Cada instante será único y nosotros en cada momento seremos distintos como el agua de un río jamás es la misma.

El que vive se ocupa. Vivir es ocuparse, hacer, practicar, moverse. La vida es un quehacer, es ocuparse en cosas, el que existe las quita, las pone o anda entre ellas. Y este ocuparse de vivir empieza en preocuparse por vivir. Preocuparse desde ahora por un futuro que todavía no llega. De este modo por esencia la vida es no-indiferencia, todo lo contrario a los trogloditas.

Así como a una taza no le interesa si es una taza o no, a los trogloditas ya no les importaba su existencia en lo más mínimo. En cambio al mortal sí le interesa ser esto o aquello otro, vivir de una manera o de otra. Para él que sabe que no es eterno cada instante de la vida tiene sentido y tiene la responsabilidad de exigirse y de ocuparse en vivirlo.

Algunas religiones creen que después de esta vida hay una segunda que es eterna, luego entonces, para el hombre lo más importante, su gran misión desde que nace es “salvarse”, alcanzar esa vida eterna. ¿Y cómo se llega a ella? Todo depende de lo que se haga en esta primera. Hacer una profesión de fe, creer en una doctrina específica y llevar un estilo de vida que refleje tal creencia. Así que evidentemente hay una contradicción porque entonces lo más importante no es la vida eterna, sino ésta donde se decide lo que sucederá con el individuo en la siguiente: ir al cielo o ir al infierno. En ambos casos sin fin y sin tiempo.

Otras religiones creen en lo que se podría decir es el eterno retorno. “en esa rueda que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto”, aunque “ por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición por sus infamias del pasado o del porvenir”. Con esta doctrina los Inmortales se hicieron indiferentes, “invulnerables a la piedad”. Sabían que en el plazo de una vida infinita a un sólo hombre le ocurren todas las cosas que podrían pasarle y entonces la suma de los pesos de las acciones buenas y malas, se contraponen y anulan una con la otra porque de cualquier modo le sucederá todo, todo lo bueno y todo lo malo.

Visto el mundo como un “sistema de compensaciones precisas”, para ellos “no hay méritos morales ni intelectuales”. Aun cuando se actúe con justicia resulta indiferente porque el resultado será siempre el mismo.

Ahora bien, a lo largo de una vida eterna a un Inmortal le pude suceder no sólo todo lo que en la vida de un hombre puede pasar, sino todo lo que en la vida de todos los hombres puede suceder, es decir, vivirá la vida de todos, será todos. Un inmortal tendrá tiempo de vivir todo lo que la humanidad sumada ha vivido. Y después de ser todos y cada uno de los hombres, ¿quién será al final? Ninguno. Ser todos es una manera de no ser. Habrá perdido completamente su identidad. Por todo lo anterior, los Inmortales se veían como trogloditas, seres a quienes ya no les importa su destino, cuasi animales que no necesitaban de mucho para vivir y que podían prescindir del movimiento.

Parte V

Marco Flaminio Rufo elige volver a ser un humano común. Se lanza a buscar el río que le devuelva la mortalidad.

En 1921 Marco Flaminio encuentra un río del cual bebe. Es aquél que buscaba. Se hiere accidentalmente con una espina y sangra. De nuevo se parece a todos los hombres.

Tácitamente ha aceptado a la muerte como un acontecimiento que es parte de la vida. Que es preferible cargar su peso que la “insoportable levedad” de no morir.

Advierte que lo único que queda, lo único que sobrevive a las horas y a los siglos es la palabra.

9 ene 2010

Raúl Rodríguez Cetina, in memoriam

Raúl Rodríguez Cetina, in memoriam


Pterocles Arenarius


Para María


Toda obra literaria es autobiográfica, conscientemente o no. Más aun, toda obra de arte lo es; porque la obra de arte es el decantamiento espiritual llevado a su último extremo. El artista, así, es --lo dijo Rabelais-- un extractor de quintaesencia.
El creador de arte es un alquimista que, a partir de la crasas vulgaridad del tan abrumadoramente mayoritaria en este mundo, obtinen el metal deslumbrante, la sustancia invaluable, el metal precioso. O, en otra alegoría, el elíxir de la existencia perdurable.
Por todo lo anterior es que la obra de arte se instala siempre por encima de su autor. De esto se desprende aquel aserto de que “La única gran decepción de la (verdadera) poesía suele ocurrir cuando se conoce al poeta”.
Casi nunca todo esto ha sido tan cierto como en el caso del novelista Raúl Rodríguez Cetina. E incurro en temeridad semejante no porque haber conocido a Rodríguez Cetina hubiera sido decepcionante, sino por la otra razón: su obra fue tan sabia y acuciosamente pulida que se instaló por encima de la persona.
Raúl era un muchacho humilde y austero en todos los ámbitos de la cotidianidad con dos excepciones que anotaré oportunamente (o eso espero).
Raúl era de pequeña estatura, callado, tímido, sin autoestima visible (no como los abundantes “triunfadores” egomaniacos, ensoberbecidos, “muy positivos” y más bien intransigentes depredadores que proliferan en estos tiempos de capitalismo canalla); Raúl era muy modesto en el vestir, en el hablar, en el protagonismo: abominaba de convertirse en el centro de cualquier reunión y hasta para comer. Porque Raúl siempre tuvo la suprema elegancia de ser pobre. Incluso muy pobre. Aunque sólo económicamente. Porque --y este es el momento oportuno de anotar los dos hechos en que Raúl no se anduvo con cortedades-- era un privilegiado, un potentado para narrar con prosa nítida y ligera, armoniosa y sin embargo trágica, ágil y a la vez que sabia, en contraste con sus temas: la angustia, el peso implacable de la vida, la incomprensión, el dolor, el sufrimiento del abuso sexual y el aplastante universo implacable y despiadado, lleno de aquellos triunfadores mencionados, frente a los que Raúl jamás descendió para enredarse en sus provocaciones. Raúl tuvo la inmensa grandeza de ser un consuetudinario, un sistemático perdedor.
Y es que él era un excelente escritor. Un escritor mucho más grande que muchos que hoy y antes se han mantenido en la moda, los privilegios, los premios que se compran y se venden con moneda de muy diversa índole, las grandes ediciones de una literatura muy mediocre y acaso comercialmente exitosa. Sedicentes escritores que viven sirviéndose de la literatura y desconocen el popularísimo aserto de trabajar por amor al arte.
Raúl Rodríguez Cetina murió en la más completa dignidad hace un par de meses, solo, en su humildísimo hogar, ante su mesa de trabajo y seguramente, escribiendo.
Gran parte de la obra de Raúl es autobiográfica. Él reivindica a los que se niegan a ser incorporados a una sociedad que se guía por los valores difundidos por la televisión más infame y el opresivo sistema que usa a las personas al máximo de su capacidad y luego las desecha.
Raúl nos habla desde múltiples marginalidades: la social, a pesar de que fue un escritor altamente dotado, se mantuvo siempre al margen de las mafias literarias, los premios venales y la literatura chafa entronizada por los compadrazgos y los pactos de amiguismo epiliterario.
Desde una marginalidad también sexual luego de que pudo haber creádose un público fiel entre los militantes homosexuales, luego de su gran novela --opera prima-- El desconocido.
Raúl era un tipo muy callado, tímido. Uno jamás se esperaba que ese muchacho de apariencia tan simple fuera un formidable escritor. Recuerdo a Raúl indeciblemente embriagado (igual que yo), en un bar cerca del metro Revolución. Uno de sus “amigos”, antítesis por cierto de Raúl (mediocre novelista pero astuto crítico o más bien hombre oportunista con las frases más correctas para halagar y alabar a los poderosos de las diversas mafias: un triunfador pues. Por supuesto mucho más famoso de lo que Raúl jamás soñara para sí), le decía “Muñeco, ahora báilanos la danza de los siete velos”, e invitaba al resto de los convidados a burlarse de Raúl. Recuerdo que salimos Raúl, el crítico de marras y el que esto escribe de ese bar, Raúl y yo íbamos tambaleándonos y tomamos un taxi cuyo chofer sacó de la guantera una botella de Añejo de Bacardí y nos ofreció. Sólo Raúl y yo, completamente borrachos, aceptamos la invitación a ese suicidio… y lo pagamos. Nuestro estado de vigilia fue recuperado al día siguiente, con el descubrimiento de que nos habían robado algo más de 10 mil pesos. Nos dejaron tirados en Garibaldi.
Finalmente Raúl dejó una obra superior a muchas otras que hoy gozan de un convenenciero reconocimiento, mientras que la de Raúl, por el momento, está poco conocida y peor evaluada. Sin embargo, como sabemos, el mejor juez será el tiempo y los autores que, como Raúl, han encontrado el elíxir de la vida perdurable, han creado el arte, sobrevivirán, como ocurre siempre. Sin duda, la obra de Raúl Rodríguez Cetina, más pronto que tarde, será reivindicada.
Raúl murió en noviembre de 2009, en su pequeño departamento de la colonia Federal y nació en 1953, en Mérida, Yucatán. Escribió las novelas El desconocido, Alejamiento, Flashback, Fallaste corazón, Lupe la canalla, El pasado me condena, Ya viví, ahora qué hago. El libro de cuentos Bellas en su abandono y una cantidad desconocida de ensayos y artículos periodísticos que publicó en El Universal y entre los que destaca su galería de grandes mujeres.