2 oct 2009

Diario de un Reportero

(Fragmento)

Jorge S. Luquín


13 de Enero de 2009

Siempre he dicho que un periodista lo que necesita es suerte y buenos contactos. Hoy estos aspectos se conjugaron para convertirme en el reportero del siglo. No de la semana, ni del mes, ni del año, no, no, no. Lo que yo tengo aquí, en mi bolsa, es tan valioso que, estoy seguro, si rastrearon la llamada, tendré al gobierno y a los sistemas de inteligencia de varios países sobre mí en unos minutos.

Lo escucharé, haré réplicas para impedir que se pierda y luego escribiré la entrevista más grandiosa sobre la faz de la tierra. Una entrevista que periodistas, humanistas, filósofos, teólogos, psicólogos, antropólogos y todos los “ólogos” del mundo, matarían por tenerla. Y eso es lo que harán si no me apresuro a poner a salvo este material.

Él comprenderá que no puedo cumplir la promesa que le hice de guardar esto para mi solo. Él sabe la trascendencia del evento y lo importante que es para el mundo que sus palabras sean conocidas en todas las naciones.

Ni siquiera diré cómo sucedió, no me creerán. Será mejor sólo publicarla y decir que fue un sueño antes que decirles que hablé por teléfono con él. Ni siquiera me permitirían explicarles cómo sucedió. Seguro en el momento en que yo mencionara su nombre, me invitarían a retirarme, decentemente pero acompañado por dos guaruras hasta la puerta de la calle.

II

21 de Enero de 2009

Como lo pensaba, recibí una llamada al día siguiente de la entrevista y más tardé en contestar el teléfono que en darme cuenta de los autos oscuros con vidrios polarizados que estaban fuera de casa. En cuanto recibí la llamada y vi que el número era privado, pensé en no contestar, pero mientras deliberaba esto, mi puerta se abrió de un empujón y fui sorprendido por dos tipos vestidos de negro, gafas oscuras, corte de cabello a lo sardo y pistola en mano. Me invitaron a acompañarlos y estaba claro que no podía negarme.

Trataré de recrear los hechos a partir de este momento. Aclaro que me será difícil por la naturaleza del evento además de ser yo mismo la víctima. Sólo será la confianza en mi memoria lo que me servirá de herramienta para armar los acontecimientos.

Estos son los hechos, tal como los puedo reconstruir ahora.

III

(Recreación)

14 de Enero de 2009

Después de subirme al auto sin ningún tipo de agresión por parte de los matones, que no fuera la amenazante arma que me apuntaba al estómago, fui llevado en calidad de secuestrado a una prisión pequeña. No podía ver nada, me mantuvieron agachado todo el camino, así que supongo, fue a una especie de cárcel rural. Ahí estuve toda la tarde y toda la noche sin probar alimento. Nadie me preguntó nada, nadie se me acercó, nadie respondió ninguna de mis preguntas. Di por hecho que sólo me habían llevado ahí para asesinarme. Pero después pensé que no lo harían porque primero querrían información que sólo yo poseía. Así que me relajé un poco y esperé a la persona que me interrogaría, me sacaría la sopa y después ordenaría que me mataran.

Nunca llegó.


15 de Enero de 2009

A la mañana siguiente, me despertó el ruido sordo de una macana que golpeaba la celda. Me dieron un plato de puré de algo y se retiraron sin pronunciar una palabra.

Como tres horas después, llegó un tipo con traje elegante, ágil y en apariencia menos hostil que los otros. Se sentó junto a mí sin presentarse.

―Sólo dígame quien le proporcionó esa información, entréguemela y estará durmiendo en su casa esta noche.

―Lo siento, no sé quien es usted ni de qué me está hablando. Tampoco sé qué estoy haciendo en este lugar. ―Me soltó una bofetada de revés que me rompió la nariz.

―¡No tengo tiempo para pendejadas! ―Dijo, mientras se sobaba la mano o se acomodaba su anillo.

Yo, que ya me había imaginado por las que iba a pasar, basándome en las películas que he visto, me había creado toda una historia en mi imaginación de torturas, dolores impensables y sufrimientos horribles que había decidido soportar estoicamente; pero en ese momento supe que no resistiría otra bofetada de esas. Así que me alineé y solté la sopa antes de que se le volviera a desacomodar su anillo o se lastimara la mano sin ningún motivo.

―Mire, si se lo digo, no me va a creer, así que le pido que antes de que se le ocurra golpearme de nuevo, por favor termine de escucharme y después me hace todas las preguntas que quiera. Prometo decirle todo tal cual fue.

Mi nariz no dejaba de sangrar.

―Es un trato. ―Dijo, pero yo no me quedé muy convencido. Su tono era de una intolerancia efervescente.

―Escuche, ayer pedí un taxi como a eso de las once de la noche. Al subirme, en el asiento trasero encontré un celular. Observé el modelo y me di cuenta que era un teléfono barato y viejo. Le comenté al taxista y me dijo que no sabía de quien era, que nadie se había subido a su taxi desde que lo llevó a lavar unas horas antes y que si quería me lo podía quedar. Yo alegué que lo debería guardar, que seguramente alguien iba a hablar al sitio para preguntar por su teléfono, pero me insistió en que lo conservara.

No quise seguir discutiendo, así que lo guardé en mi saco. Ya en casa, me disponía a dormir cuando el viejo celular timbró. Una voz de hombre me dijo que por única vez, tendría la oportunidad de hablar con quien yo quisiera. Lo primero que me pasó por la mente fue colgar, pero la voz se adelantó a decir que si interrumpía la llamada, perdería la única gran oportunidad de mi vida. Mi instinto de reportero se aguzó y decidí probar. Total, nada perdía por seguirle el juego a la voz del otro lado del teléfono. Después de pensar un rato sobre la persona a la que convendría llamar, elegí hablar con él y grabé la entrevista. Está guardada en mi casa dentro...

―¿Hizo copias?

―No, no me dio tiempo. ―Mentí.

―Voy a enviar gente a su casa, traeremos el teléfono que dice y la grabación. Si es cierto, lo aclararemos, si no, sentirá lo que es jugar conmigo.

Cuatro horas después regresaba el tipo del anillo. Se acercó y me soltó otra bofetada, pero esta vez en el pómulo. El golpe me hizo ver luces y sentí que me había roto el hueso.

―¿Por qué me mintió diciendo que no había hecho copias? ―Dijo, enfurecido y me soltó una patada en la espinilla que me tiró al suelo.

Yo sólo me quejaba y gemía, revolcándome en el piso y agarrando mi pierna.

―¡Levántese, no sea puto! Dígame la dirección del sitio de taxis donde tomó aquel vehículo.

Entre sollozos le di la dirección y salió de ahí dejando instrucciones de que me dieran una calentada, arguyendo que me haría bien para que dejara de hacerme pendejo. Yo me quedé hecho bola en el piso y como no me quise levantar, me agarraron a patadas hasta que ya no pude respirar y perdí el conocimiento.

No fue por mucho tiempo. Cuando me despertaron con una cubetada de agua, me dolía el costado y tenía una venda enrollada en el tórax, me habían roto una costilla.

Para mi sorpresa, el taxista que me había llevado a casa esa noche, estaba sentado junto a mí, amarrado a una silla. Tenía el rostro amoratado; era evidente que lo habían torturado mientras yo dormía.

El taxista me miraba con el único ojo por el que podía ver y no sé si me veía con odio o era la expresión que tenía su rostro por los golpes. Volteaba a verme y luego dirigía la mirada hacia los matones para decirles que no sabía nada. Recibía entonces otra tanda de golpes e improperios sólo para volverse hacia mí, nuevamente con su único ojo en funciones y repetir que no sabía nada de ese teléfono al tiempo que escupía sangre a los pies de los tipos malos para después recibir otra golpiza.

Pensé que lo matarían, así que lo exhorté a que dijera la verdad pero sólo recibí una patada en mi espinilla sana y, ahora sí, estoy seguro, una mirada de odio de parte del taxista.

Decidí no volver a abrir la boca. Me limité a observar cómo el pobre hombre recibía nuevos golpes e ir viendo cómo la vida se le escapaba lentamente entre mentadas de madre y cachazos en la cabeza. Cuando murió, me dijeron los matones que él no sabía nada, pero que no podían dejarlo vivo. Verdaderamente me asusté y empecé a sollozar como un cobarde.

Quiero aclarar aquí, que yo soy reportero de espectáculos, nunca me metí a reportar asuntos policíacos porque mi temperamento es más fino. No es que fuera un cobarde, no, si no que soy de esos espíritus sensibles que lloran fácilmente ante una obra de arte. Pero estoy seguro que para esos hombres, yo no era sino un tipo sin valor, capaz de vender a mi madre con tal de no ser lastimado. En cambio, del taxista se expresaban con respeto, como si fueran ellos los deudos o sus mejores amigos y estuvieran afligidos por haberlo perdido en muerte tan injusta.

Yo creí desde el primer momento, que el taxista estaba involucrado en el asunto del teléfono, se me había hecho sospechosa su actitud esa noche ¿Qué taxista no se queda gustoso con algo de valor que no le pertenece? Pero según esos hombres, él sólo había sido una víctima y por lo visto yo tenía que pagar por eso. Las horas siguientes fueron de terror psicológico, amenazas y más golpes.

16 de Enero de 2009

El hombre del anillo regresó a platicar conmigo por la tarde, pero pidió que me sacaran de mi celda y me condujeran a un patio trasero de la prisión. Pensé que la razón era que durante el crimen del taxista y la tortura que recibí, mi cuerpo se aflojó y toda mi ropa olía a mierda. Mi celda estaba sucia y apestosa; así que el mejor lugar para hablar conmigo era un lugar ventilado.

(No puedo recordar esos momentos sin sentir vergüenza y asco de mí mismo)

Pero la verdadera razón era otra. Todo pasó muy rápido, recuerdo. Lo comprendí súbitamente, como en una visión.

Una camioneta con el motor encendido, un matón sacando la pistola, yo en medio de ese patio. Iban a matarme y a subir mi cuerpo a esa camioneta para desaparecerme.

Me puse a hablar sin parar. Dije que ya tenían las piezas en su poder. Que yo había mandado a hacer copias para distintas personas y que si no sabían de mí en cierto tiempo, se harían públicas además de denunciar mi desaparición.

Esto pareció alertarlos y el hombre hizo un ademán al matón indicándole que guardara el arma. Me dijo que si no revelaba los nombres de las personas que poseían las copias, me torturaría hasta que le suplicara que me matara. Yo seguí hablando atropelladamente.

―Son muchas copias y no pueden matar a todos, entre ellos hay gente importante de los medios y es mejor llegar a algún acuerdo para detener esta locura. No es tan grave si...

Sentí un golpe en el costado bajo que me dejó sin poder hablar y me desplomé.

El hombre se me acercó y mirándome con desprecio tirado en el suelo, dio órdenes de que me golpearan hasta que me volviera a cagar y se fue furioso dando grandes zancadas.

Parecía que había ganado algo de tiempo, pero también otra golpiza.

17 de Enero de 2009

Desperté en mi celda en peores condiciones que el día anterior, hecho mierda pero de la golpiza que me acomodaron los madrina. No podía moverme, así que el hombre del anillo tuvo que entrar a la celda y oler mi suciedad.

Con un pañuelo blanco se tapaba la boca y la nariz.

―El trato es este, usted será llevado a un hospital del estado y después se irá a casa. A cambio, no publicará la entrevista y destruirá todas las copias. Si hace lo que se le ordena, no volverá a ser molestado, pero si no lo hace, lo destruiremos. ―Dijo, como si tal cosa.

―Le dije que podíamos llegar a un ac...

―¡Cállese el hocico y responda! ¿Está de acuerdo? ―Gritó a través de su pañuelo blanco.

―Sí, estoy de acuerdo. ―Respondí, creyendo que sería nuevamente lastimado por el sujeto.

IV

21 de Enero de 2009

(Horas más tarde)

Después de tres días en el hospital, me enviaron a casa con vendas en el cuerpo y unas puntadas en la mejilla.

Pienso en cumplir mi promesa al pie de la letra. Destruiré todas las copias y sólo guardaré una para mí.

Ahora entiendo sus palabras. Él fue muy claro cuando aceptó la entrevista. Me dijo que lo que me diría era útil sólo para mí, que no le serviría a nadie más y que en caso de hacerlo público, se desatarían fuerzas contrarias, yo sería la principal víctima y otros saldrían lastimados, como al final sucedió. Me comporté igual que un fariseo sordo y ciego.

Espero reponerme pronto y aceptaré el ofrecimiento que me hicieron para cubrir, irónicamente, la nueva puesta en escena de la ópera-rock Jesucristo Superestrella.

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